Una historia, un presente
Más de 600 años de persecución, opresión sistemática, control social e intentos de genocidio y epistemicidio en Europa han dado lugar a un sistema de dominación anti-gitano constitutivo al proyecto civilizatorio de la modernidad occidental. A pesar de ello, hasta hoy las cuestiones relacionadas con la población romaní de los Estados nación europeos han sido creadas y problematizadas de dos maneras fundamentales.Por una parte, las comunidades gitanas han sido tratadas como un problema de política social, por otra, han sido gestionadas como un asunto de políticas de la identidad. Sin embargo, como es lógico ninguna de las políticas sociales —articuladas en base a las lógicas coloniales de la integración y de la asistencia— ha mejorado significativamente las condiciones existenciales de la comunidad gitana, así como tampoco el problemático y acrítico llamado a defender nuestra cultura ha contribuido a la movilización y transformación política del racismo de Estado.
Las políticas de la identidad suponen, de hecho, una forma efectiva de asimilar las interpelaciones del denominado antirracismo moral. Esta dinámica consiste en añadir sujetos que representan identidades diversas con un perfil intelectualmente afín. Tales sujetos están epistémicamente descentrados de su condición como racializados de abajo y se piensan de forma inconsciente a través de las narrativas de liberación de la izquierda blanca, por lo tanto edifican sus proyectos de emancipación centrados epistémica, política y emocionalmente en la modernidad gachí.
Así mismo, para que un proyecto político no desemboque en posturas meramente identitarias o culturalistas, se ve en la necesidad de ofrecer algo a aquellos segmentos sociales interesados en una transformación real de la sociedad. Por pura necesidad e inteligencia estratégica no podemos permitirnos dar la espalda a las alianzas, pero por esas mismas razones no podemos postergar más la creación de una organización autónoma y fuerte con vocación de servir a un movimiento amplio.
El antigitanismo, como forma de racismo, es un problema estructural, sistémico, que forma parte de las sociedades modernas y que es solidificado desde las instituciones de los Estados−nación occidentales. Así bien, la romafobia no es un problema interpersonal relacionado con determinados prejuicios o estereotipos que la sociedad mayoritaria alberga sobre la diferencia romaní. Existen los prejuicios, los estereotipos, los tópicos, no lo negamos, pero estos son solo síntomas psicosociales del racismo de Estado que utiliza diferentes marcadores para poner en marcha lo que Ramón Grosfoguel, en base a la filosofía fanoniana caribeña, llama «una jerarquía global de superioridad e inferioridad sobre la línea de lo humano». El racismo es un principio organizador de la materialidad de la opresión en el mundo moderno y es imposible destruirlo si no se cuestiona enérgicamente el proyecto civilizatorio en el que emerge. Toda crítica verdaderamente decolonial parte de una premisa fundamental: es imposible destruir una de las cabezas sin atacar al corazón del monstruo. Es aquí donde se generan todas las alertas de la conciencia occidental liberal, es aquí donde se producen las acusaciones de rigor: «anti modernos», «esencialistas», «peligrosos»; es aquí donde se pone en duda la verdadera matriz del racismo, donde el antirracismo moral se desvanece; es aquí donde eso que Houria Bouteldja llama «antirracismo político» puede emerger.
Si el racismo es un problema político que determina de forma estructural la materialidad de la dominación en las sociedades de la modernidad, la lucha que se pretenda emprender contra el mismo ha de ser política. Desde ese punto de vista, la ultra derecha deja de ser el leivmotiv de nuestras proclamas —lo que no quiere decir que se olvide— para volver a poner la mirada sobre la violencia estructural ejercida desde las instituciones del Estado (narrativas institucionales, policía, escuela, institutos, universidad, empresas, programas de vivienda, instituciones penitenciarias, sanitarias, etc.) y vinculando siempre, tanto en análisis como en prácticas políticas, dichas violencias al carácter antigitano del Estado moderno.
Aunque según la opinión liberal, la larga estancia de los kalè en el territorio español, que oficialmente alcanza desde 1425 hasta la actualidad, debía garantizar la inclusión de las demandas de nuestras comunidades en la conformación de la sociedad española en su conjunto, la realidad está muy lejos de representar dicho ingenuo ideal. La larga tradición española antiromaní de persecución, opresión sistemática, intentos de genocidio y epistemicidio, se ha materializado en la aplicación de 2 500 leyes durante 479 largos años iniciados en 1499 y aparentemente clausurados en 1978. Esta historia ha sido invisibilizada por el Estado racista y sus instituciones, lo cual no representa sino un nexo de unión entre el olvido patológico del racismo doméstico español y la negación neurótica de su legado colonial en el denominado Sur Global. La ausencia de políticas de reparación destinadas a resolver los graves daños infligidos durante siglos, unida a las expresiones actuales del racismo estructural de Estado tales como la violencia y hostigamiento policial, la segregación escolar, el control y disciplinamiento social a través de los denominados «agentes de intervención comunitaria», la discriminación laboral o la violenta conformación del gueto racializado, y la sobrerepresentación gitana en las cárceles españolas, hacen de la comunidad gitana de nuestros territorios una población radicalmente subalternizada en base al paradigma racial del poder moderno colonial.
Qué pudo ser
En la década de los setenta, figuras notables surgidas del incipiente movimiento gitano del Estado español lograron introducir una posibilidad soñada por los anhelos y demandas históricos de nuestra comunidad: la introducción del racismo antigitano en la agenda pública española desde una perspectiva romaní. Artistas y activistas articulaban sus voces de manera coherente en base a las exigencias de justicia, dignidad, libertad, derechos civiles y hacia el fin del racismo. Aunque el germen de la movilización fue sembrado, hemos de reconocer que su germinación definitiva ha permanecido en estado de letargo por más de 30 años. El régimen del 78 colocó a la población kalí en la situación de mayor vulnerabilidad en comparación con los derechos colectivos otorgados a otras naciones del Estado español.
Por otra parte, en los movimientos sociales existentes, encontramos que el racismo antigitano no ha sido tenido en cuenta, ni siquiera en el contexto de su vertiginoso aumento a lo largo y ancho de toda Europa. En este espacio político donde todos los nexos de unión de las diferentes luchas sociales comenzaron a construirse —no exentos de contradicciones y fricciones—, la forma de racismo ante la que el pueblo gitano resiste desde hace siglos no ocupó ni ocupa lugar alguno en las agendas políticas de la izquierda, a pesar de constituir la comunidad humana racializada más antigua y numerosa del Estado español. Al contrario, de izquierda a derecha, todo lo que tiene que ver con la denominada «cuestión gitana» ha sido recluido en un espectro antipolítico de folklore y culturalismo, perpetuando la colonización mental y política a la que nuestras comunidades son sometidas. Como tal, todas las formas políticas españolas manifiestan, en una u otra forma, este antigitanismo, ya sea como racismo de Estado o en el seno de las organizaciones políticas. Por ello, consideramos que ninguna organización política española, de uno u otro signo político, ha conseguido superar la lógica moderna antigitana y por lo tanto concebir, entender, apoyar o desarrollar la emancipación romaní en el Estado español.
En lo que respecta al racismo, la débil estrategia de la izquierda gachí del Estado español —cuando existe— consiste en desarrollar, afianzar y solidificar la idea de que descolonizar sus organizaciones consiste en colorear ligeramente su militancia con la presencia intermitente de rostros racializados. El paradigma multiculturalista en las organizaciones de la izquierda, nacionalista o no, que evita una revisión y compresión profunda del racismo estructural y del privilegio blanco, provoca que la militancia de las personas racializadas en dichas corrientes acabe necesariamente en una falacia: pensar que se están conquistando espacios de poder para las poblaciones gitanas u otras comunidades racializadas, cuando en realidad se está trabajando para alcanzar las prioridades de la agenda política blanca y justificar su modelo, desarticulando así proyectos políticos antirracistas basados en la autonomía de las propias comunidades. De hecho, este proceso, descrito en innumerables ocasiones, provoca el nacimiento de una cultura política de contención para cualquier movimiento crítico que abogue por la emancipación y la autoorganización romaní; y es que como lúcidamente explica Frantz Fanon, no importa cuántas «máscaras blancas» acabes usando para ocultar tu ser, el sistema de dominación étnica siempre te sitúa dentro de los límites marcados por el mismo.
Estas experiencias muestran una profunda incapacidad para entender el papel del racismo y su interacción con la clase social, que acaba teniendo unas consecuencias nefastas para las aspiraciones políticas romaníes, y que desgraciadamente seguimos observado en la izquierda actual. Aún a riesgo de poder parecer excesivamente categóricos, podemos afirmar que no existen, ni han existido iniciativas políticas en el Estado español capaces de superar el paradigma moral y articular el antirracismo político en toda su dimensión.
Kale Amenge
Es en este clima que Kale Amenge nace. Kale Amenge se define como una organización romaní independiente que, desde una perspectiva decolonial, pretende contribuir a la emancipación colectiva del pueblo gitano. Mediante la producción de conocimiento crítico y la confrontación de narrativas y prácticas racistas, la incipiente organización hará su aportación para poner en crisis los mecanismos de dominación estructural racista que sustentan la discriminación de nuestro pueblo.
Nuestro deseo de ser integradas en la modernidad, inoculado por lo que José Heredia Moreno llama «subsistemas de legitimación del sistema de dominación antigitano», representa el mayor impedimento para que se produzcan nexos políticos con las otras alteridades, con otras genealogías de resistencia y otras lucha construidas desde abajo de la línea de lo humano. Cada vez que un gitano intenta trazar estas alianzas, alguien se siente amenazado: «no es lo vuestro», «es demasiado radical». Pero es el gachó hablando. Es el blanco hablando desde nuestras propias subjetividades colonizadas, controladas, automatizadas. Se nos impone urgentemente interrogar nuestras referencias políticas adquiridas en el seno de nuestras sociedades, cuestionar las identidades y las retóricas de liberación a través de las cuales no solo luchamos, sino gracias a las cuales nos definimos. Y ello implica buscar alianzas horizontales, dejar de pensar en el blanco, adquirir otros paradigmas: mirar la propia genealogía con otros ojos. El objetivo principal es centrarnos en nuestra condición como subjetividades racializadas y descentrarnos de aquello que desde la blanquitud se espera del pueblo gitano; esperanza que si es aceptada nos guía fatalmente de vuelta a reproducir las jerarquías de poder que nos atrapan.
Por todo ello, es voluntad de este grupo construir puentes de solidaridad con otros pueblos que, al igual que el gitano, están inmersos en la lucha por su emancipación, contribuyendo así a la construcción de espacios de diálogo antirracista hacia la articulación de una sociedad descolonizada. Nuestra situación en el continente europeo, como nación racializada sin Estado, nos sitúa en la zona del no-ser junto a los sujetos postcoloniales de la diáspora en el Norte Global. A pesar de no pertenecer a ninguna colonia física, hemos sido transformados en contrapunto interior racializado en el seno del continente desde los inicios de lo que Enrique Dussel llama «modernidad temprana»: el siglo XVI. La relación de la organización con diferentes movimientos, originados para desarrollar una lucha frontal contra el racismo, puede funcionar como vínculo político del movimiento kaló con otras organizaciones y grupos antirracistas liderados por las comunidades racializadas que conducirán a una alianza estatal contra el racismo institucional, cuyos nexos son, en realidad, internacionales.
Kale Amenge es una organización formada por personas gitanas con una formación interdisciplinaria y una trayectoria de militancia y activismo en diferentes movimientos sociales así como en el amplio espectro de la izquierda del Estado español. Todo ello hace que una de las intenciones fundamentales de la organización sea la creación de un nuevo activismo romaní, apoyando fraternalmente a sus actuales representantes, sin generar quiebras dentro del asociacionismo gitano. El pueblo gitano necesita desarrollar nuevas narrativas articuladas desde una perspectiva crítica antiracista que pongan el estado de subdesarrollo de la causa romaní en el espectro político.