1. El gitano real vs el gitano integrado
“Ése nos va a hacer la gitanada” “¡Qué gitano eres!” Estas son algunas de las inteligentes sentencias utilizadas por los payos que has de escuchar a diario si representas lo que ellos consideran “un gitano integrado”. En cuanto se te invisibiliza, producto de la no asunción de la imagen de su prejuicio racista sobre el Pueblo Gitano, comienzan, de la manera más despiadada, a verte “diferente” a los demás calós y calís. Es desde esta falsa asunción que comienzan a desvelar, especialmente en tu presencia y ya sin la vergüenza propia de la hipócrita corrección política, lo que realmente piensan sobre los “otros” romaníes. Definitivamente y, por lo tanto, tú no eres lo que ellos consideran “gitano”. Y aquí vienen las obligaciones impuestas, las que nos son enseñadas desde el antirracismo más convencional -el único posible, al parecer-, que no son otras que tomarte como deber, por tu condición como miembro de una “minoría”, la martirizante labor mesiánica de hacer pedagogía y empeñarte en justificar frente a la sociedad jamba tu gitanidad, intentando desmontar con diligencia todos los requisitos que has de encarnar para ser un gitano “puro”, lo cual representa una tarea tan estéril como humillante. Esta condición y estos requisitos dominantes para cumplir con lo que se percibe y espera de ti no se reducen a otra cosa que a ser producto de un entorno de crianza marginal. Para los busnós, muchos jambicos desdentados que salen en callejeros pudieran ser kalés. De hecho, si incumples cualquiera de estos requisitos, ya eres un “gitano especial”:
– Ningún o muy bajo nivel académico.
– Trabajas por cuenta propia (Mercado, chatarra…).
– Vives en un gueto.
– No mantienes ninguna relación cercana con gadjés.
Si atendemos un poco este conjunto de condiciones sociales a cumplir para ser “el más gitano”, llegaremos a la conclusión de que en cuanto su sistema de control social se resquebraja, se nos invisibiliza y automáticamente pasamos a tener que justificarnos por nuestras desgracias, erguidos los “integraos” como “súper hombres” y “súper mujeres” siempre al rescate de nuestra imagen social y dignidad como Pueblo. Como Fannon diría: “Cuando se me quiere, se me dice que es a pesar de mi color. Cuando se me odia, se añade que no es por mi color…Aquí o allí soy preso de un círculo infernal”. En ésta esquizofrénica situación se coloca a las y los “integraos”. Para conseguir un bienestar palpable, se te exigirá “no gitanear” y para obtener un bienestar emocional has de “dejar de ser gitano”, aceptando el discurso dominante sobre nuestro Pueblo y culpabilizando a lxs primxs que siguen hacinados en los guettos.
Es desde ahí que se te convierte en mascota, en adalid de la comunidad gitana y supuesto ejemplo de superación a seguir. Los Kalés descubrimos nuestra gitanidad en cuanto nos encontramos con “lo payo” cara a cara. Es ahí donde comienza el atenazante sentimiento de supervivencia frente al rechazo, el mismo ancestral mecanismo que nos ha permitido seguir siendo romaníes pese a todos los intentos de genocidio y etnocidio practicados, pero que no nos permite pensar más allá del trauma de la diferencia, que nos obliga a ser esclavos de la “buena voluntad” de los payos y a sentir la marginalidad como una inevitable consecuencia de la identidad étnica. Es decir, debemos aceptar que seguimos siendo presos del sistema de control antigitano que los gadjés han fabricado para nuestro Pueblo frente a la imposibilidad de hacernos payos o directamente, matarnos. Hemos hecho de sus denominadores, nuestros denominadores y hemos aceptado el destino por ellos planeado para nuestra gente. ¿Qué hacer ante ello? Nuestros abuelos y abuelas han tenido que sobrevivir como les permitieron, pues si no, los tasababan los jundunares o los propios busnós del pueblo en el que paraban.
Hoy, aunque la situación en muchos lugares de Europa -incluido el Estado español- sigue estando marcada por la hostilidad de los aspectos más materiales del racismo institucional anti gitano, muchas y muchos de nosotros tenemos, además, una batalla muy particular: la guerra por existir en nuestros propios términos, por romper la influencia social del sistema racista y escoger cómo queremos vivir nuestra identidad, es decir, cómo queremos ser gitanxs. En esta guerra, si no expulsamos la colonialidad, en su totalidad, de nuestras vidas, no podremos dejar nuestra condición de seres colonizados. Si no hacemos el llamado “giro decolonial”, no podremos abandonar nuestra condición de esclavos de la mecánica del poder jambo. Así es como pondremos en entredicho ese derecho auto otorgado por parte de los payos que consiste en, supuestamente, “ayudar al gitano”. Ya que, “ayudar”, no nos engañemos, desde el contexto de opresión en el que nos encontramos significa moldear, definir y guiar.
2. ¿Identidad o política?
Somos conscientes de que se trata de un tema espinoso, por lo tanto, hemos de hilar muy fino al respecto. Para escoger qué queremos ser, como Pueblo, debemos volvernos conscientes de qué es lo que nos hace luchar por ser gitanos, qué queremos para nuestros descendientes y qué aspectos de lo que actualmente consideramos “nuestra identidad” no representan sino añadidos externos impuestos desde el poder y asumidos como “propios” en un contexto de opresión racista. ¿Cómo hacerlo? Siendo conscientes de que nos estamos definiendo en base a las condiciones del poder. Una vez constatada esta dolorosa realidad, debemos comenzar un proceso de reconstrucción colectiva digna de lo que significa ser gitano. Esta no es una cuestión simplemente identitaria, sino que tiene consecuencias políticas.
Tal y como hemos afirmado, muchos de los elementos que consideramos propios de nuestra identidad han sido construidos en tiempos de supervivencia, hechos propios debido a la violencia racista y a la necesidad de dignidad. Dejemos, entonces de ser gitanos en base al constructo y los tiempos del jambo, y
comencemos a reconstruir nuestra propia idiosincrasia romaní. Adquiramos una mirada crítica hacia el constructo normativo en el que nos hemos desarrollado sin caer en el propio espejo trucado del payo. Primero, tenemos que vencer el clima de opresión. Para vencer el clima de opresión hay que luchar colectivamente. Para luchar colectivamente hay que organizarse. Y para organizarse hay que reconstruir la fibra ética hacia el interior de nuestra propia comunidad a través del amor y el respeto, valores, esta vez sí, propios de nuestro Pueblo, sin los cuales no estaríamos hoy aquí.